jueves, 5 de noviembre de 2009

La nieve también llega por decreto Nieve en la plaza de Tiananmen.

Adrián Foncillas

La escena tuvo el aroma tragicómico que se espera de Halloween, y conviene empezar con un paréntesis argumental: la fe con la que los chinos han adoptado Halloween y San Valentín permite apostar por la pronta llegada de los pavos rellenos trinchados y los cursis discursos de agradecimiento; solo cabe confiar en que su desarrollado sentido del ridículo la retrasen.
En la escena, decía, la gente corría en mangas de camisa, con finos jerséis los más precavidos. Muchos disfraces, casi siempre sucintos. Desde el interior del restaurante fue muy celebrada la pareja disfrazada de Adán y Eva. Al otro lado del ventanal, donde la nieve atacaba por sorpresa, debía tener menos gracia. Ante una lluvia imprevista, los pequineses no acusan al tiempo de loco, sino que apuntan a la Oficina de Modificación del Tiempo. Desde ahora, saben que también las nevadas pueden llevar su remite.
La nevada del pasado fin de semana no fue ordinaria. No lo fue por intensidad: empezó en la noche del sábado y se alargó hasta el mediodía del domingo. El manto blanco es metáfora tan gastada como eficaz. Y, sobre todo, no lo fue por las fechas: no ha habido nevada más madrugadora desde 1988, cuando el calentamiento global era asunto de excéntricos. El año pasado, por ejemplo, llegó dos meses más tarde.
Los pequineses disponen de un criterio popular y acientífico que certifica la calidez creciente de los inviernos: la temporada de patinaje sobre el lago Hou Hai, limada año tras año por delante y detrás. En ese contexto, nadie podía esperar que el mercurio bajara de golpe 10 grados y llegara a los -4 grados este sábado.
La explicación llegaba ayer en la agencia de noticias Xinhua, en el centro de una larga crónica que hablaba de la nevada como «un regalo», casi de tapadillo. «No perderemos ninguna oportunidad de provocar precipitaciones mientras Pekín sufra una sequía creciente», decía Zhang Qiang, responsable de la oficina.
Cuando las nubes asomaron por Pekín, se ordenó el habitual lanzamiento de cohetes cargados de yoduro de plata, un catalizador que libera el hidrógeno para que, en contacto con el oxígeno de la atmósfera, acelere la lluvia. Las bajas temperaturas la convirtieron en copos de nieve. Unas 16 toneladas de nieve, según cálculos de Zhang, cayeron tras el uso de 186 dosis de yoduro de plata.
La Oficina de Modificación del Tiempo cuenta con el mayor arsenal con fines no bélicos del mundo: 7.111 baterías antiaéreas y 4.991lanzaderas especiales de misiles, cargados de proyectiles del tamaño de un cigarrillo. Una superficie parecida a la de España y 30 de 34 provincias chinas han recibido lluvia artificial, de menor carga poética que la natural.
Algunos científicos, además, advierten de que alterar el ciclo de las nubes puede, precisamente, agravar la sequía. Los pequineses la aman: en los días de plomo, con las medidas anticontaminantes preolímpicas aún lejanas y el aire tendiendo a sólido, su llegada purificadora pintaba el cielo de azul y daba tregua a los pulmones un par de días.


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