lunes, 2 de noviembre de 2009

La Alhambra de Washington


El escritor estadounidense encontró en las abandonadas, exóticas y decadentes dependencias de los palacios nazaríes el escenario perfecto para sus románticos relatos
28.10.09 -
JUAN LUIS TAPIA | GRANADA



Washington Irving fue el pionero del turismo moderno, un adelantado a su época, que se encontró con una ciudad de Granada en descomposición y muy diferente a la idealizada por los viajeros románticos que le sucedieron. El Romanticismo era amante de la ruina, la cochambre y la descomposición, y en ese sentido la Alhambra cumplía todas las expectativas a las que se sumaban los grandes atractivos del orientalismo y el exotismo.
Washington Irving inició el proceso de profunda idealización de la ciudad de la Alhambra a orillas del Hudson. En Nueva York se entregaba a la lectura de 'La crónica de las guerras de Granada', de Ginés Pérez de Hita. Irving empezó a dibujar en su mente a todo tipo de caballeros, doncellas, cristianos, ziríes y abencerrajes. Aquellos relatos esbozaron los inicios de un primer imaginario alhambreño.
El escritor, ya afamado en su país natal, llegó a España en febrero de 1826 con un espíritu romántico incrementado por el sufrimiento del desamor. Washington Irving, cuarentón y solterón, alejado de esa imagen juvenil que ofrecen algunas creaciones sobre el autor, inició un periplo por Europa que duró cerca de once años. En una de sus estancias parisinas conoció al embajador estadounidense en España, quien le propuso emprender una gran obra sobre Cristóbal Colón. Irving aceptó el encargo, ya que le suponía un puesto en la embajada de Estados Unidos. Las lecturas sobre el gran descubridor incrementaron su interés por la conquista de Granada por parte de los Reyes Católicos.
Andalucía, sede del Archivo de Indias, se convirtió en un destino obligado. En marzo de 1828 inició su viaje soñado al Sur en compañía de unos amigos de la embajada rusa. Tras una estancia de tres días en Córdoba, Irving llegó a Granada el 9 de marzo, a la caída de la tarde.
Irving permaneció diez días en la ciudad, alojado en «una de las posadas más miserables de Granada», según dejó escrito en una de sus cartas. El escritor se adelantó a las futuras rutas turísticas por la ciudad al visitar la Catedral y la Capilla Real, Santo Domingo, la Cartuja y el Sacromonte, además de la obligada Alhambra y el Generalife. El 20 de marzo, Irving dejó Granada para dirigirse a Sevilla. La casualidad, ingrediente fundamental en cualquier historia, hizo que el escritor se encontrara en la capital hispalense con el pintor David Wilkie y entablara amistad con la escritora Cecilia Böhl de Faber (Fernán Caballero), marquesa de Arco Hermoso. El artista fue quien le sugirió a Irving que escribiera algo sobre el legado andalusí, pero como si de un pintor se tratara, que describiera escenas alhambreñas.
Asesora
La marquesa de Arco Hermoso, por su parte, se encargó de ilustrar al autor de 'Los cuentos de la Alhambra' sobre todas las leyendas existentes relacionadas con el pasado islámico, que entusiasmaron a Irving. Enseguida emprendió el primero de los cuentos y decidió volver a Granada en busca de más material.
En su primera estancia granadina había conocido a Mateo Jiménez, en la vida real llamado Matías, quien le sirvió de guía en aquella Alhambra de la imaginación y la leyenda. Uno de los aspectos que el escritor admirará de aquellos habitantes alhambreños será su arte para vivir sin hacer nada, y así lo expresó en varios de sus escritos.
A comienzos de mayo de 1829, la Alhambra era un espacio abandonado por donde deambulaban todo tipo de personajes. Un dato que da idea de lo que era el recinto nazarí viene ofrecido por los incesantes expolios, un lugar que llegó a convertirse en una especie de penal, de albergue para exiliados políticos, un auténtico retiro de ensueño en una Granada sorprendida por las desamortizaciones.
Irving se dirigió a la residencia del gobernador de la ciudad, Francisco de la Serna, a quien le entregó unas cartas de presentación. No hicieron falta las recomendaciones, porque el entusiasmo del escritor era más que notorio. El gobernador puso a disposición de Irving sus propias estancias alhambreñas, una residencia de lujo que le convirtió en el primer huésped de la Alhambra.
Un sultán
Ocupó durante su estancia en Granada unas dependencias construidas por el emperador Carlos V, junto al Palacio de los Leones, para su uso particular, que la 'Tía Antonia', «digna y anciana dama» encargada del cuidado del palacio, le había preparado. La señora puso al servicio del extranjero a su sobrina Dolores e Irving, como un sultán rendido a los placeres de la vida contemplativa, se dispuso a llenar de mitos y observaciones sus cuadernos de notas. El escritor abandonaba sus habitaciones, desde las que divisaba la plaza de los Aljibes, para trabajar en la biblioteca de la Universidad y en la privada del duque de Gor. Durante las tardes, abrumado por las cálidas temperaturas granadinas, nadaba en la alberca del patio de los Arrayanes, donde llegó a conocer a la futura emperatriz de Francia, Eugenia de Montijo.
En esos menesteres ocupaba el americano el tiempo mientras recopilaba datos para sus empresas literarias. Washington Irving hubiera prolongado, sin duda, aquella idílica estancia en Granada de no haber sido convencido para aceptar un puesto como secretario de la Legación Americana en Londres.



http://www.ideal.es/granada/20091028/cultura/alhambra-washington-20091028.html

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