Una niña me decía “cuéntame un cuento”. Tenía el pelo rubio y los pensamientos graves. Tanto que a veces le caín como jirones por los pasillos.
Durante años tuve que contarle cuentos, y nunca le mentí. Le propuse un día contarle el cuento que nunca acaba. Era para divertirla pero no quiso.
Lástima, pensé, porque ese cuento tiene mucho éxito. Y además es interesante. Sobre todo al final....
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