viernes, 24 de julio de 2009

¿QUÉ SE LLEVARÍA A LA LUNA?

El primer viaje a la Luna fue un gran salto para la humanidad, pero no sólo en materia astronómica. Marcó un antes y un después en la ingeniería industrial: lo que ayer eran nuevos materiales hoy son parte de nuestra vida diaria. Le mostramos qué llevaban Armstrong, Collins y Aldrin en la mochila, al cumplirse 40 años de su legendaria odisea.



Neil Armstrong se devanaba los sesos. ¿Qué diría al pisar la Luna? Si lo conseguía, porque durante la misión casi todo fue mal: el ordenador de la nave se volvió majareta y daba error, se pasaron tres pueblos (unos siete kilómetros) del lugar previsto para el alunizaje, volaron a ciegas, apenas les quedaba combustible… Armstrong no tenía a nadie que le escribiese los discursos, pero se le ocurrió una genialidad (aunque sus compañeros se cachondearon de él). Bajó por la escalerilla del módulo lunar, dio un botecito y dejó una frase para la historia: «Un pequeño paso para el hombre, un gran salto para la humanidad». No fue lo único que nos legaron los integrantes del programa Apolo. Hubo un sinfín de cachivaches, artilugios y menaje variopinto, algunos muy prosaicos, otros muy sofisticados, que se han incorporado a la chita callando a nuestras vidas, herencia de los tres excéntricos años (1969-1972) de efervescencia científica y optimismo sin límites en la que una docena de astronautas se dieron un garbeo por nuestro yermo satélite. Y es que si algo sobra en la NASA es ingenio: 6.300 inventos patentados.


Empecemos por el salto de Armstrong, que imprimió las celebérrimas huellas de sus botas sobre el polvo lunar. Esos zapatones eran capaces de resistir variaciones de temperaturas de 600 grados y tenían un sistema de ventilación para los pies. Han inspirado, además, las modernas botas técnicas de montañismo y las zapatillas de los atletas, que amortiguan el impacto sobre el suelo y aprovechan la energía para impulsar el bote.


El traje de muñeco Michelin en el que los astronautas iban enfundados estaba estructurado en múltiples capas de tejidos revolucionarios, desde teflón hasta materiales ignífugos y aislantes, pues se temía la contaminación por organismos alienígenas. Ha tenido secuelas insospechadas, desde trajes de supervivencia en aguas gélidas hasta monos de pilotos, pasando por vestimentas NBQ para guerra bacteriológica, química y nuclear, que también se pone el personal médico al enfrentarse a un caso que exija cuarentena, como la gripe A. Los astronautas se cocían dentro de él como pollos, así que vestían ropa interior refrigerada con tubitos de agua y tejidos porosos.


Más cosas: nuestras gafas con cristales antirralladuras son una evolución de sus escafandras. Los brackets transparentes de ortodoncia que el dentista nos pone están fabricados de un material policristalino inspirado en los paneles de cerámica que protegían del calor las antenas con las que iban equipados los cohetes. Y los actuales termómetros de oreja utilizan un sensor de infrarrojos similar al que medía las radiaciones en un chivato que cada astronauta llevaba consigo para conocer su exposición al mortífero bombardeo de neutrones y otras partículas.


Detectores de humos, depuradoras de agua, filtros de aire y pequeños electrodomésticos inalámbricos son también pequeñas obras de arte de los ingenieros que intentaban facilitar la vida a los astronautas. No obstante, en un principio ambos gremios se llevaban fatal, ya que la comodidad no era prioritaria. Los tripulantes tenían la sensación de estar sentados sobre la cabeza de un misil y tuvieron que protestar para que les colocasen por lo menos un ventanuco, pues en los primeros prototipos el habitáculo era totalmente opaco. El espacio se aprovechaba al máximo. Un diminuto botiquín contenía 60 cápsulas de antibiótico, 12 pastillas contra el mareo, 24 antidiarreicas, 18 analgésicas, 60 descongestivas, 72 aspirinas, 21 somníferos, colirios, gotas nasales, vendas e inyecciones. Se velaba hasta el más mínimo detalle por la salud física y mental de los astronautas durante el vuelo. Pero nadie los preparó para lo que vino después: una existencia de aburrido anticlímax tras haber pasado los momentos más intensos de sus vidas. Depresión, soledad, obsesiones, sectas y alcoholismo se han cebado con los héroes.

Carlos Manuel Sánchez

http://xlsemanal.finanzas.com/web/articulo.php?id=44978&id_edicion=4327