lunes, 9 de agosto de 2010

Fonética Espido Freire

Fonética

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13 Julio 2010


¿Y si nos equivocáramos y en realidad no hubiera futuro en la formación humanística, en el conocimiento de la historia, de la lengua, en una cultura general que durante generaciones hemos considerado importante? ¿Y si, por algún casual, fueran los que apuestan por una educación superficial, casi epidérmica, audiovisual y rapidísima, los que marcaran el camino real, el adecuado para esta sociedad y las venideras?

No sería la primera vez que un cambio radical de paradigma se ve acogido con recelo y con ataques. A la eterna lucha entre generaciones se une la incomprensión mutua. Los jóvenes que lucían levita y chaleco en los colores que el joven Werther puso de moda sentían en carne y en orgullo el desprecio de los mayores, que no comprendían por qué a sus hijos, educados como chicos responsables, les daba por suspirar, por leer poesía y por marcharse al sur de Europa a correr aventuras. Mucho antes, las muchachas que se esmeraban por entrar en los salones literarios, y no se ocupaban de recibir, según se esperaba de su sexo y condición, recibían el nombre de las Preciosas ridículas. Pioneros del rock, del pop, de la contracultura, casi siempre han sido los jóvenes los que tenían razón y marcaban un camino que se ha dado por hecho.

“No creo que ni yo, ni muchos como yo, seamos capaces de adaptarnos: me aferraré al uso del punto y coma, a las diferencias entre la B y la V, y a un vocabulario que incluya términos prestados del latín, del griego, del francés, que se percibirán como pedantería, cuando antes delataban una buena formación”

Como escritora y como amante de los libros, quizás la pasión más duradera y satisfactoria que nunca vaya a experimentar, me resulta amargo el simple pensamiento de que el lenguaje fonético que han generalizado los medios de comunicación instantánea pueda imponerse a la ortografía convencional. Sin embargo, si analizo con un mínimo de detenimiento esa resistencia, no encuentro razones que no sean emocionales: creo, honestamente, que es lo que debo defender porque así lo siento. Así me han enseñado a escribir, y a leer, e inculcaron desde mi infancia más verde el horror por las faltas de ortografía y de puntuación: distinguía a quienes éramos buenos estudiantes de los mediocres, a los cultos de los burros, a quienes prosperaríamos de quienes estaban destinados a otro tipo de trabajo.

Pero todo eso ha cambiado: los profesores universitarios han abandonado sus esfuerzos para que la redacción sea la correcta, y en secundaria y en primaria parece ser que no se ha impuesto como una prioridad; el complicadísimo y delicado proceso que lleva a un niño a leer, y sobre todo a escribir, ha experimentado cambios, y al mismo tiempo que se les empuja a que lean, a que sean creativos, a que se expresen, se pierden las clases de ortografía, los dictados y las copias. Y quizás tengan razón. Quizás esta manera desesperada de aferrarse a otro tipo de enseñanza esté condenada, y todo aquello en lo que a mí, hace apenas veinte años, me educaron, desaparezca, como lo hizo el Trivium, el Quadrivium y la Escolástica.

Viviremos entonces un esplendor extraño y totalmente novedoso, el inicio de una era que me observará como lo hacemos con los dinosaurios. No creo que ni yo, ni muchos como yo, seamos capaces de adaptarnos: me aferraré al uso del punto y coma, a las diferencias entre la B y la V, y a un vocabulario que incluya términos prestados del latín, del griego, del francés, que se percibirán como pedantería, cuando antes delataban una buena formación. Insistiré en la acentuación convencional, y en las citas de quienes fueron más sabios. Siempre quise ser muy anciana, y decir sin represalias lo primero que se me ocurriera. Lo que nunca pensé fue que obtuviera ese privilegio antes de los cuarenta.