domingo, 27 de febrero de 2011

La visión del Jefe Seattle ¿cómo puede venderse el aire?













¿cómo puede venderse el aire?

La visión del
Jefe Seattle

Introducción
Jefe Seattle
La única fotografía conocida del Jefe Seattle fue tomada en la década de 1860 cuando tendría casi 80 años de edad.

En años recientes, se ha estado debatiendo sobre las palabras del Jefe Seattle. La controversia principal se centra alrededor de la autenticidad de la versión del discurso que más corrientemente se le atribuye. Aunque quizás nunca lleguemos a saber con exactitud lo que dijo el Jefe Seattle, es muy posible que él haya sido tan elocuente como aparece representado en las diversas versiones.

Seattle (más correctamente Seathl o "Sealth") nació alrededor de 1786. Era hijo de un jefe Suquamish, Schweabe, cuyo pueblo vivía alrededor del Puget Sound en el estado de Washington, Estados Unidos. Su madre, Sholitza, era la hija de un jefe Duwamish. Ya que en estos pueblos se sigue una línea matrilínea de descendencia, Seathl era considerado un Duwamish.

Ganó reputación por su coraje, osadía y liderazgo, y siendo todavía un jóven jefe consiguió el control de seis de las tribus locales. A través de los años, continuó las relaciones amistosas iniciadas por su padre con los europeos locales. Era muy alto para ser un nativo de Puget Sound. También era conocido como orador en su idioma nativo (Lushootseed), y se dice que su voz podía llegar lejos cuando se dirigía a una audiencia.

Su primera esposa murió luego de dar a luz a una niña, conocida como "Princesa" Angelina por los pobladores blancos. Con su segunda esposa, tuvo varios hijos e hijas. Luego de la muerte de uno de sus hijos se convirtió al catolicismo, bautizándose con el nombre de Noé Seattle.

Falleció el 7 de junio de 1866.

"La Respuesta [Discurso] del Jefe Seathl"

El Jefe Seathl dió su ahora famoso discurso como respuesta al de Isaac I. Stevens, el nuevo Gobernador y Comisionado de Asuntos Indígenas para los Territorios de Washingtton, el 10 de enero de 1854.

Uno de los presentes era el Dr. Henry Smith, quien tomó extensas notas del discurso de Seathl, aunque nunca se han encontrado dichas notas. Seathl habló en su lengua nativa, Lushotseed, que fue traducido a Chinook, lengua que Smith conocía parcialmente. Luego Smith lo tradujo al inglés. Es proceso obviamente simplificó mucho el mensaje de Seathl.

La primera versión impresa del discurso fue escrita por el Dr. Smith y apareció en la edición del 29 de octubre de 1887 del Seattle Sunday Star. Esta versión presenta el mensaje de Seathl en un florido estilo victoriano, más propio de los antecedentes de Smith que de los de Seathl. Sin embargo, miembros del Museo Suquamish determinaron, luego de consultar ancianos de su tribu en 1982, que la versión de Smith es el mejor recuento del discurso de Seathl. [Ver la versión de Smith]

A finales de la década de 1960, William Arrowsmith, profesor de literatura clásica en la Universidad de Texas, decidió tomar la versión del Dr. Smith y reeditarla, usando el lenguaje y modo de hablar más común de las tribus de la región en la época de Seathl. Conversando con ancianos tradicionales de estas tribus, Arrowsmith pudo desarrollar un sentido de la sintaxis que usaron. [Ver la versión de Arrowsmith]

La versión más conocida del discurso de Seathl fue escrita por Ted Perry, profesor de teatro y dramaturgo en la Universidad de Texas y amigo de Arrowsmith [Ver la versión de Perry]. Perry usó la versión de Arrowsmith como base para un nuevo y ficticio discurso que serviría como narración para una película sobre contaminación y ecología, llamada Home, para la Comsión de Radio y Televisión de la Iglesia Bautista del Sur y cuyo productor fue John Stevens.

Sin notificar a Perry, Stevens revisó el texto, agregando frases referentes a Dios y la línea "Soy un salvaje y no comprendo..." La revista Environmental Action publicó la versión bautista del discurso en su número del 11 de noviembre de 1972. Ya ahora no era un discurso del Jefe Seathl sino una carta que envió al Presidente Pierce.

Pero fue la publicación de un artículo titulado "The Decidedly Unforked Message of Chief Seattle" en la revista Passages de Northwest Airlines que hizo famosa la versión bautista, con una nota de que la "carta" era una "Adaptación de sus [las de Seattle] observaciones tomando como base una traducción al inglés por William Arrowsmith".

Bibliografía

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Arrowsmith, William. 1969: Speech of Chief Seattle, January 9th, 1855. Arion 8:461-464.
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Arrowsmith, William. 1975: Speech of Chief Seattle. The American Poetry Review, p. 23-26.
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Gifford, Eli. 1992: The Many Speeches of Chief Seathl: The Manipulation of the Record for Religious, Political and Environmental Causes, Occasional papers of Native American Studies I. Sonoma State University, Rohnert Park, California. [Esta referencia contiene un detallado estudio de la historia que rodea el discurso en sus diversas versiones.]
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Perry, Ted. 1970). Home, Guión de película para serie de televisión producida por la Comición de Radio y Televisión de los Bautistas del Sur..
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Smith, Henry. 1887. Scraps from a Diary - Chief Seattle - A Gentleman by Instinct - His Native Eloquence. The Seattle Sunday Star, Octubre 29, p. 10.














Versión 1
(español)

He allí el cielo que ha llorado lágrimas de compasión

Originalmente publicado en el periódico Seattle Sunday Star, el 29 de octubre de 1887.

El texto fue escrito por un "Dr." Smith, quien tomó notas a medida que el Jefe Seattle hablaba en el dialecto Suquamish de Salish de Pudget Sound central (Lushootseed), y creó este texto en Inglés de dichas notas. Smith insistía que su versión "no contenía la gracia y elegancia del original."

En la época de este discurso, era común la creencia entre los blancos lo mismo que entre muchos amerindios, que los americanos nativos se extinguirían.

He allí el cielo que ha llorado lágrimas de compasión sobre mi pueblo durante incontables siglos y que, aunque nos pueda parecer inmutable y eterno, puede cambiar. Hoy está despejado. Mañana puede estar encapotado con nubes.

Mis palabras son como las estrellas que nunca cambian. Cualquier cosa que diga Seattle, el gran jefe en Washington puede confiar en ello tanto como él pueda confiar en el regreso del sol o de las estaciones.

El jefe blanco dice que el Gran Jefe en Washington nos envía saludos de amistad y buena voluntad. Esto es muy amable de su parte ya que sabemos que él necesita poco de nuestra amistad. Son muchas sus gentes. Son como la hierba que cubre vastas praderas. Mi gente es poca. Se asemejan a los pocos árboles que se encuentran esparcidos en una pradera azotada por una tormenta. El gran, y presumo – buen, Jefe Blanco dice que desea comprar nuestra tierra pero que, al mismo tiempo, nos deja suficiente para que vivamos confortablemente. Verdaderamente esto parece ser justo, y aún generoso, ya que el Hombre Rojo no tiene más derechos que él necesite respetar, y la oferta también parece ser sabia ya que no necesitamos más un territorio extenso.

Hubo un tiempo en el que nuestra gente cubría la tierra como las olas en un mar encrespado por el viento cubren el fondo cubierto de conchas, pero ese tiempo hace mucho que desapareció junto con la grandeza de las tribus que ahora son apenas un recuerdo doloroso. No trataré el tema, ni lloraré sobre eso, de nuestra desaparición a tiempo, ni voy a reprochar mis hermanos cara pálida con haberla acelerado, porque también nosotros somos en algo responsables de ella.

La juventud es impulsiva. Cuando nuestros jóvenes se enojan por alguna injusticia real o imaginaria, y se desfiguran sus caras con pintura negra, denotan que sus corazones son negros, y que con frecuencia son crueles e implacables, y nuestros viejos y viejas son incapaces de moderarlos. Así siempre ha sido. Así fue cuando el hombre blanco empezó a empujar a nuestros antepasados hacia el oeste. Pero esperemos que nunca regresen las hostilidades entre nosotros. Tendríamos todo que perder y nada que ganar. Los jóvenes consideran como ganancia a la venganza, aún al costo de sus propias vidas, pero los viejos [que permanecen] en casa en momentos de guerra, y las madres que tienen hijos que perder, saben que no es así.

Nuestro buen padre en Washington—ya que presumo que ahora es nuestro padre al igual que suyo, ya que el Rey George ha movido sus fronteras más hacia el norte—nuestro gran y buen padre, digo, nos envía el mensaje de que si hacemos como él desea, él nos protegerá. Sus bravos guerreros serán para nosotros como una erizada pared de fortaleza, y sus maravillosos barcos de guerra llenarán nuestros puertos, para que nuestros antiguos enemigos más al norte—los Haidas y Tsimshians -- cesen de asustar a nuestras mujeres, niños, y viejos. Realmente él será nuestro padre y nosotros sus hijos.

Pero, ¿puede eso suceder alguna vez? ¡Su Dios no es nuestro Dios! ¡Su Dios ama a su gente y odia a la mía! Él pliega amorosamente sus fuertes brazos protectores alrededor del cara pálida y lo conduce por la mano como un padre conduce a un hijo infante. Pero, Él ha desamparado a Sus hijos Rojos, si realmente son Suyos. Nuestro Dios, el Gran Espíritu, parece que también nos ha abandonado. Su Dios hace que su gente se haga más fuerte cada día. Pronto ellos llenarán todas las tierras.

Nuestro pueblo está menguando como una marea que retrocede rápidamente y que nunca regresará. El Dios del hombre blanco no puede amar a nuestra gente o Él los hubiera protegido. Ellos parecen huérfanos que no tienen donde buscar ayuda. ¿Cómo, entonces, podemos ser hermanos? ¿Cómo puede su Dios llegar a ser nuestro Dios y renovar nuestra prosperidad y despertar en nosotros sueños de una grandeza que regresa? Si tenemos un Padre Celestial común, Él debe estar parcializado, porque Él vino hacia Sus hijos cara pálida.

Nosotros nunca lo Vimos. Él les dió leyes pero no tuvo palabras para Sus niños rojos cuyas prolíficas multitudes una vez llenaban este vasto continente como las estrellas llenan el firmamento. No; somos dos razas diferentes con orígenes diferentes y destinos separados. Hay muy poco en común entre nosotros.

Para nosotros, las cenizas de nuestros antepasados son sagradas y su lugar de reposo es terreno reverenciado. Ustedes se alejan de las tumbas de sus antepasados y aparentemente sin pena. Su religión fue escrita sobre lápidas de piedra por el dedo de hierro de su Dios para que así ustedes no pudieran olvidar.

El Hombre Rojo nunca podría comprender o recordarlo. Nuestra religión es las tradiciones de nuestros antepasados – los sueños de nuestros hombres viejos, dados en las horas solemnes de la noche por el Gran Espíritu; y las visiones de nuestros jefes, y está escrita en los corazones de nuestra gente.

Sus muertos dejan de amarlos y la tierra natal tan pronto como traspasan los portales de la tumba y vagan más allá de las estrellas. Ellos pronto son olvidados y nunca regresan.

Nuestros muertos nunca olvidan este hermoso mundo que les dió vida. Ellos todavía aman a sus verdes valles, sus rumorosos ríos, sus magníficas montañas, sus apartadas cañadas y lagos y bahías bordeados de verde, y siempre suspiran con un tierno y cariñoso afecto por los seres vivos de corazones solitarios, y con frecuencia regresan del feliz coto de caza para visitarlos, guiarlos, consolarlos, y confortarlos.

Día y noche no pueden convivir. El Hombre Rojo siempre ha rehuido los acercamientos del Hombre Blanco, como la neblina matutina huye antes que aparezca el sol de la mañana. Sin embargo, su proposición parece justa y creo que mi gente la aceptará y se retirará a la reservación que usted le ofrece. Entonces, viviremos separados en paz, ya que las palabras del Gran Jefe Blanco parecen ser las palabras de la naturaleza que hablan a mi gente desde la densa oscuridad.

Importa poco donde pasemos el resto de nuestro días. No serán muchos. La noche del Indio promete ser oscura. Ni siquiera una simple estrella revolotea en su horizonte. Vientos de voz triste se lamentan en la distancia. Un triste destino parece estar en el camino del Hombre Rojo, y donde quiera escuchará los pasos que se aproximan de su cruel destructor y se prepara impasiblemente a enfrentar su destino, como hace el antílope herido que escucha los próximos pasos del cazador.

Una pocas lunas más, unos pocos inviernos más, y ninguno de los descendientes de los poderosos espíritus que alguna vez se movían por esta amplia tierra o vivían en hogares felices, protegidos por el Gran Espíritu, permanecerá para llorar sobre las tumbas de un pueblo que una vez fue más poderoso y con más esperanzas que el suyo.

Pero, ¿por qué debo llorar sobre el destino a destiempo de mi pueblo? Tribus siguen a tribus, y naciones siguen a naciones, como las olas del mar. Es el órden de la naturaleza, y lamentarse es inútil. Su momento de decadencia puede estar distante, pero seguramente llegará, porque aún el Hombre Blanco cuyo Dios caminó y habló con él como un amigo a otro, no puede estar exonerado del destino común. Puede que seamos hermanos, después de todo. Veremos.

Estudiaremos su proposición y cuando hayamos decidido, se lo haremos saber. Pero, si la aceptamos, yo aquí y ahora pongo esta condición, que no se nos niegue el privilegio, sin molestarnos, de visitar en cualquier momento las tumbas de nuestros ancestros, amigos, e hijos. Cada parte de este suelo es sagrado en la consideración de mi pueblo. Cada ladera, cada valle, cada pradera y huerto, ha sido consagrada por algún triste o feliz evento en días hace tiempo desaparecidos.

Aún las rocas, que parecen ser mudas y muertas ya que se tuestan en sol a lo largo de la costa silenciosa, están llenas con las memorias de eventos excitantes conectados con las vidas de mi gente, y el mismo polvo sobre el cual ustedes se encuentran responde con más amor a nuestras pisadas que a las suyas, debido a que ha sido enriquecido por la sangre de nuestros antepasados, y nuestros pies desnudos son conscientes del toque simpatético. Nuestros difuntos, bravos, amadas madres, alegres y felices doncellas, y aún los niños que vivieron aquí y se regocijaron aquí por una breve estación, amarán estas soledades sombrías y, durante la caída de la tarde, ellos recibirán a los tenebrosos espíritus que regresan.

Y, cuando el último Hombre Rojo haya perecido, y la memoria de mi tribu se haya convertido en un mito entre el Hombre Blanco, estas playas estarán repletas de muertos invisibles de mi tribu, y cuando los hijos de sus hijos se crean solos en el campo, la tienda, el taller, en la carretera, o en el silencio de los bosques sin senderos, ellos no estarán solos. En toda la tierra no hay lugar dedicado a la soledad. En la noche, cuando las calles de sus ciudades y pueblos estén silenciosas y ustedes crean que estén desiertas, ellas estarán atestadas con los huéspedes que regresan y que una vez las llenaban y que todavía aman esta hermosa tierra. El Hombre Blanco nunca estará solo.

Que él sea justo y trate amablemente a mi gente, porque los muertos no son impotentes.



La visión del
Jefe Seattle

Versión 1
(inglés)

Yonder sky that has wept tears of compassion

Yonder sky that has wept tears of compassion upon my people for centuries untold, and which to us appears changeless and eternal, may change. Today is fair. Tomorrow it may be overcast with clouds.

My words are like the stars that never change. Whatever Seattle says, the great chief at Washington can rely upon with as much certainty as he can upon the return of the sun or the seasons.

The white chief says that Big Chief at Washington sends us greetings of friendship and goodwill. This is kind of him for we know he has little need of our friendship in return. His people are many. They are like the grass that covers vast prairies. My people are few. They resemble the scattering trees of a storm-swept plain. The great, and I presume -- good, White Chief sends us word that he wishes to buy our land but is willing to allow us enough to live comfortably. This indeed appears just, even generous, for the Red Man no longer has rights that he need respect, and the offer may be wise, also, as we are no longer in need of an extensive country.

There was a time when our people covered the land as the waves of a wind-ruffled sea cover its shell-paved floor, but that time long since passed away with the greatness of tribes that are now but a mournful memory. I will not dwell on, nor mourn over, our untimely decay, nor reproach my paleface brothers with hastening it, as we too may have been somewhat to blame.

Youth is impulsive. When our young men grow angry at some real or imaginary wrong, and disfigure their faces with black paint, it denotes that their hearts are black, and that they are often cruel and relentless, and our old men and old women are unable to restrain them. Thus it has ever been. Thus it was when the white man began to push our forefathers ever westward. But let us hope that the hostilities between us may never return. We would have everything to lose and nothing to gain. Revenge by young men is considered gain, even at the cost of their own lives, but old [men who stay] at home in times of war, and mothers who have sons to lose, know better.

Our good father in Washington--for I presume he is now our father as well as yours, since King George has moved his boundaries further north--our great and good father, I say, sends us word that if we do as he desires he will protect us. His brave warriors will be to us a bristling wall of strength, and his wonderful ships of war will fill our harbors, so that our ancient enemies far to the northward -- the Haidas and Tsimshians -- will cease to frighten our women, children, and old men. Then in reality he will be our father and we his children.

But can that ever be? Your God is not our God! Your God loves your people and hates mine! He folds his strong protecting arms lovingly about the paleface and leads him by the hand as a father leads an infant son. But, He has forsaken His Red children, if they really are His. Our God, the Great Spirit, seems also to have forsaken us. Your God makes your people wax stronger every day. Soon they will fill all the land.

Our people are ebbing away like a rapidly receding tide that will never return. The white man's God cannot love our people or He would protect them. They seem to be orphans who can look nowhere for help. How then can we be brothers? How can your God become our God and renew our prosperity and awaken in us dreams of returning greatness? If we have a common Heavenly Father He must be partial, for He came to His paleface children.

We never saw Him. He gave you laws but had no word for His red children whose teeming multitudes once filled this vast continent as stars fill the firmament. No; we are two distinct races with separate origins and separate destinies. There is little in common between us.

To us the ashes of our ancestors are sacred and their resting place is hallowed ground. You wander far from the graves of your ancestors and seemingly without regret. Your religion was written upon tablets of stone by the iron finger of your God so that you could not forget.

The Red Man could never comprehend or remember it. Our religion is the traditions of our ancestors -- the dreams of our old men, given them in solemn hours of the night by the Great Spirit; and the visions of our sachems, and is written in the hearts of our people.

Your dead cease to love you and the land of their nativity as soon as they pass the portals of the tomb and wander away beyond the stars. They are soon forgotten and never return.

Our dead never forget this beautiful world that gave them being. They still love its verdant valleys, its murmuring rivers, its magnificent mountains, sequestered vales and verdant lined lakes and bays, and ever yearn in tender fond affection over the lonely hearted living, and often return from the happy hunting ground to visit, guide, console, and comfort them.

Day and night cannot dwell together. The Red Man has ever fled the approach of the White Man, as the morning mist flees before the morning sun. However, your proposition seems fair and I think that my people will accept it and will retire to the reservation you offer them. Then we will dwell apart in peace, for the words of the Great White Chief seem to be the words of nature speaking to my people out of dense darkness.

It matters little where we pass the remnant of our days. They will not be many. The Indian's night promises to be dark. Not a single star of hope hovers above his horizon. Sad-voiced winds moan in the distance. Grim fate seems to be on the Red Man's trail, and wherever he will hear the approaching footsteps of his fell destroyer and prepare stolidly to meet his doom, as does the wounded doe that hears the approaching footsteps of the hunter.

A few more moons, a few more winters, and not one of the descendants of the mighty hosts that once moved over this broad land or lived in happy homes, protected by the Great Spirit, will remain to mourn over the graves of a people once more powerful and hopeful than yours.

But why should I mourn at the untimely fate of my people? Tribe follows tribe, and nation follows nation, like the waves of the sea. It is the order of nature, and regret is useless. Your time of decay may be distant, but it will surely come, for even the White Man whose God walked and talked with him as friend to friend, cannot be exempt from the common destiny. We may be brothers after all. We will see.

We will ponder your proposition and when we decide we will let you know. But should we accept it, I here and now make this condition that we will not be denied the privilege without molestation of visiting at any time the tombs of our ancestors, friends, and children. Every part of this soil is sacred in the estimation of my people. Every hillside, every valley, every plain and grove, has been hallowed by some sad or happy event in days long vanished.

Even the rocks, which seem to be dumb and dead as the swelter in the sun along the silent shore, thrill with memories of stirring events connected with the lives of my people, and the very dust upon which you now stand responds more lovingly to their footsteps than yours, because it is rich with the blood of our ancestors, and our bare feet are conscious of the sympathetic touch. Our departed braves, fond mothers, glad, happy hearted maidens, and even the little children who lived here and rejoiced here for a brief season, will love these somber solitudes and at eventide they greet shadowy returning spirits.

And when the last Red Man shall have perished, and the memory of my tribe shall have become a myth among the White Men, these shores will swarm with the invisible dead of my tribe, and when your children's children think themselves alone in the field, the store, the shop, upon the highway, or in the silence of the pathless woods, they will not be alone. In all the earth there is no place dedicated to solitude. At night when the streets of your cities and villages are silent and you think them deserted, they will throng with the returning hosts that once filled them and still love this beautiful land. The White Man will never be alone.

Let him be just and deal kindly with my people, for the dead are not powerless.

http://www.jmarcano.com/varios/seattle/index.html

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