sábado, 10 de abril de 2010

Vivir con muchos libros

Era tan grande el culto al libro de mi generación que tenía la manía de acumular cuantos más mejor.
Nativel Preciado
09/04/10

EN OTROS TIEMPOS hubiera considerado un drama perder las cajas de libros que se destruyeron con la inundación de mi trastero. La verdad es que ya he contado lo mucho que agradecí su eliminación forzosa. Me sobran títulos, como a cualquiera que carece de espacio para ordenarlos como se merecen. Es más, algunos no se lo merecen y, sin embargo, da cargo de conciencia arrojarlos a los contenedores de papel. Antes enviaba los excedentes a centros penitenciarios, bibliotecas, ONG, libreros de segunda mano... hasta que me di cuenta del escaso valor de mis donaciones. En la zona más escondida de mi desparramada biblioteca había mucho papel lleno de letras que ocupaba un espacio improcedente y abusivo. Hay textos inútiles que me estorban no sólo a mí, sino a cualquiera. Algunos ni siquiera sirven como mera pieza ornamental. Era tan grande el culto al libro de mi generación que tenía la manía de acumular cuantos más mejor, de modo que el prestigio aumentaba en función de la longitud de las estanterías. Expresiones tales como “no sé qué hacer con tanto libro” o “me comen los libros” denotaban un apreciado toque intelectual. Todavía me duele, a estas alturas, escribir con desdén de un objeto encuadernado, más allá de su contenido e incluso aunque sea inocuo o, lo que es peor, dañino o contraproducente.

Me atrevo a proclamar que no todos los libros son un tesoro, tras la lectura de Bibliotecas llenas de fantasmas, de Jacques Bonnet (Anagrama, 2010), un maravilloso tratado sobre el arte de vivir con muchos libros, que recoge un interesante anecdotario y describe las aventuras de ilustres bibliómanoscomo el propio autor, que ha llegado a tener un baño tapizado con estanterías, lo cual le obligaba a ducharse con la ventana abierta para impedir que la condensación del vapor dañase las hojas. Cuenta que sólo dejó libre de estantes la cabecera de su cama para evitar que le aplastasen mientras dormía, porque así murió el compositor Charles-Valentin Alkan, aplastado por el peso de su biblioteca.

Como buen bibliómano, asegura que los libros proporcionan todo el placer, pero también dan algunos disgustos:“Son caros cuando se compran, no valen nada cuando se revenden, alcanzan precios astronómicos cuando hay que encontrarlos una vez que se han agotado, son pesados, se empolvan, son víctimas de la humedad y de los ratones, son, a partir de cierto número, prácticamente imposibles de trasladar, necesitan ser ordenados de una manera específica para poder ser utilizados y, sobre todo, devoran el espacio”. Y aunque no se refiere a los libros basura, sí menciona la coleccionitis, ese afán de acumulación que nos lleva a añadir un libro junto a otro hasta alicatar todas las paredes de casa. Sabrán que hay dos categorías de bibliómanos: los acumuladores, que renuncian a leer los volúmenes y los contemplan como trofeos de caza, y los lectores empedernidos que los leen todos, y además los acumulan porque sueñan con releerlos algún día. Cualquier adorador de libros compartirá con Bonnet tanto sus emociones como sus numerosas incertidumbres y se verá reflejado en cada línea de esta pequeña joya literaria.

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