martes, 19 de abril de 2011

FERNANDO SAVATER Capitán Salgari


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FERNANDO SAVATER 19/04/2011

Siempre he sentido gran admiración por quienes proclaman que su afición a la lectura se despertó a los siete años, cuando una tía les regaló el día de su santo La montaña mágica, para confirmarse a los nueve, cuando acabaron En busca del tiempo perdido. Confieso que mi vocación tiene orígenes más modestos: me convirtieron en lector los relatos de aventuras y muy especialmente las novelas de Emilio Salgari, de cuyo suicidio se cumplen este mes los primeros cien años. Quizá desde entonces vivo de rentas y sigo nutriéndome de aquel gozo que no se extingue: residuos radioactivos de la imaginación...

Salgari nació en Verona, para después marchar a Génova y finalmente morir en Turín. Quiso ser marino, pero dejó a medias su formación naútica y en toda su vida apenas hizo en barco unas pocas excursiones y un crucero modesto por el Adriático. Sin embargo, como periodista primero y como novelista después, ya nunca dejó de navegar. En junco, en fragata, en bergantín, en galeón y en canoa, por el golfo de Bengala, el mar de la China o de las Antillas, por el rio Orinoco y el padre Nilo, por el Ártico... Navegó ya toda su vida por el azul de los atlas y las ilustraciones coloreadas de las enciclopedias. Hay poetas de lo íntimo que escriben hacia adentro y poetas de lo exótico y remoto, que escriben hacia fuera y a lo lejos. A esta última tripulación perteneció Salgari y no seré yo quien le hubiera querido de otro modo.

Casi desde sus comienzos como cronista y novelista, Salgari obtuvo un notable éxito de público. En sus últimos años, era el escritor con mejores ventas de Europa: algunas de sus ochenta y cuatro novelas superaron la cota hasta entonces desconocida de los cien mil ejemplares y tuvo multitud de imitadores, como Luigi Motta o sus propios hijos. Sin embargo, Salgari vivía acosado por la penuria, trabajando como un forzado de la pluma para editores que le estafaban con impávida constancia. Sus quejas al respecto recuerdan a las de tantos autores antes que él, empezando por las del muy pirateado Cervantes en El licenciado Vidriera. Fue esa explotación laboral, mientras luchaba por mantener a su mujer trastornada y a sus hijos pequeños, lo que finalmente le empujaron al suicidio. Esta solución trágica era la maldición de su estirpe, pues su padre se había suicidado también como luego hicieron dos de sus hijos. Pero en su caso, los que le empujaron a la muerte fueron quienes le robaban impunemente el fruto de su trabajo. Un dia se hartó, cogió uno de los yataganes modelo Sandokán que coleccionaba y se hizo el hara-kiri, no sin dejar una nota para sus verdugos: "A vosotros, que os habeis enriquecido con mi piel, manteniéndome a mí y a mi familia en una continua semimiseria o aún peor, sólo os pido que en compensación de las ganancias que os he proporcionado os ocupéis de los gastos de mis funerales. Os saludo rompiendo la pluma". Tenía cuarenta y nueve años. No deja de ser triste que hoy, cuando ya los escritores parecían haber conseguido asegurar razonablemente sus derechos, las nuevas tecnologías brinden a otros desaprensivos posibilidades de reinventar el viejo expolio...

Leí en mi infancia mucho a Salgari en los pequeños volúmenes editados por Saturnino Calleja. Los compraba en la librería Paternina de la calle Fuenterrabia, frente a mi casa en San Sebastián. Rebuscaba en la trastienda, tratando de hallar alguno para mí desconocido todavía, cosa cada vez más difícil. Mi madre aguardaba para pagar ante el mostrador, repitiendo: "¡sólo uno! ¡no cojas más que uno!". Hace bastante más de medio siglo... Y ya se ha borrado casi todo, empresas, amores, ilusiones. También argumentos y psicologías de libros sesudos que me recomendaron como imprescindibles. Pero no olvido los mares y las selvas de Salgari, sus peligros y travesías que me educaron, sus tigres y sus árboles gigantescos en cuyo tronco hueco podía refugiarme. ¡Y la Montaña de Luz!

miércoles, 13 de abril de 2011

martes 25 de enero de 2011

http://federicomayor.blogspot.com/2011/01/delito-de-silencio.html

Ola a ola.
El mar lo sabe todo.
Pero olvida.
Mario Benedetti

En Salobreña, al atardecer, escribí en agosto de 1994 frente al mar:

Delito de silencio.
Tenemos que convertirnos
en la voz
de la gente
silenciada.
En la voz
que denuncia,
que proclama
que el hombre
no está en venta,
que no forma parte
del mercado.
En la voz
que llegue fuerte y alto
a todos los rincones
de la tierra.
Que nadie
que sepa hablar
sigua callado.
Que todos los que puedan
se unan
a este grito.
Silencio de los silenciados, de los amordazados. Silencio de la ignorancia. Terrible silencio. Pero más terrible, hasta ser delito, el silencio culpable de los silenciosos. De los que pudiendo hablar, callan. De los que sabiendo y debiendo hablar, no lo hacen.
Demos la voz. A nuestra propia conciencia, en primer término. Pero, inmediatamente, tenemos el deber de ser la voz de los sin voz. Les debemos la voz: "La voz a ti debida", como en la égloga de Garcilaso, como en el libro de Salinas. La voz debida, sobre todo, a los que llegan a un paso de nosotros, a las generaciones venideras.
Sin cesar. Sin cejar. Sin distraernos ni cansarnos. Sin dejarnos conducir por la (s) pantalla (s), espectadores pasivos. Es un deber hablar. No hacerlo es, puede ser, grave insolidaridad, transgresión moral, delito. "Cuando el hombre cansado / ... para, / traiciona al mundo, porque ceja / en el deber supremo, que es seguir" /.
Volver a intentarlo. Volver sin detenerse, sin pausa, porque -sigue escribiendo Salinas- "Nos llenará la vida / ese puro volar sin hora quieta"...
Voz vigía. Voz que alerte y corrija. Voz que oriente. "La voz debe anteceder al hecho, / prevenirlo. / Después, no sirve para nada. / Es sólo aire estremecido" (verso sobre Camboya, 8 de abril de 1979).
La anticipación, la gran victoria. El siglo XXI ha de ser el siglo del pueblo, de la palabra, de la gente. No más la fuerza, la imposición de los pocos sobre los muchos. No más la espada ni la mano alzada. Manos tendidas, manos unidas. Y la voz. A contraviento. Valientemente. Como Quevedo: "No he de callar por más que con el dedo... / silencio avise o amenace miedo".
La voz debida, compartida. Voz que libera a medida que se pronuncia. Voz que puede ser asidero, cura. En 1995, escribí en París: ... "La voz / a veces / no fue voz / por miedo. / La voz / que pudo ser remedio / y no fue nada".
José Ángel Valente, en su poema "Sobre el tiempo presente", nos advierte:
"Escribo desde un naufragio.
Escribo sobre el tiempo presente.
Escribo... sobre lo que hemos destruido
sobre todo en nosotros.
Escribo desde la noche,
desde la infinita progresión de la sombra,
... desde el clamor del hombre y del trasmundo,
desde el genocidio,
desde los niños infinitamente muertos...
pero escribo también desde la vida...
desde su grito poderoso".
Como Garcilaso "que tanto callar ya no podía", alcemos nuestra voz. Voz debida, voz de vida. Delito de silencio. "... Y que se oiga la voz de todos, / solemnemente y clara". Es el mensaje de Miquel Martí i Pol. ¡De todos!. Clamor popular, para que un día no vuelvan hacia atrás su mirada nuestros descendientes y piensen: "Podían y no se atrevieron. Esperábamos su voz, y no llegó".
El mar puede guardar silencio.
Nosotros, no.